por Julio César Tuseddo
En mayo del 2019 la 72° Asamblea Mundial de la Salud de la Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció al día 17 de septiembre como día mundial de la seguridad del paciente planteando que “Nadie debiera sufrir daños en la atención de salud”.
Y es que los servicios de salud son una actividad identificada como particularmente peligrosa, porque aunque el objetivo primario de ellos es beneficiar a la población, quienes reciben esos servicios no están exentos de sufrir daños.
Múltiples estudios informan que las muertes producto de los errores del sistema de salud versus el número de contactos que las personas tienen con él es notablemente superior en relación a otras actividades de alto riesgo como la industria química, la producción de energía, la industria nuclear o la aeronáutica.
Si tomamos de ejemplo la industria aeronáutica y como referencia la caída de un avión, todos lo reconocemos como una noticia impactante; vemos imágenes desgarradoras del accidente, del dolor de las familias de quienes viajaban, múltiples reportes periodísticos en los medios que informan sobre detalles del mismo, especulaciones sobre causas, etc, etc.
La gravedad que eso ha tenido, ha generado estructuras de regulación que de manera progresiva han transformado esa industria en una de las más seguras del mundo, tanto que los vuelos comerciales son una de las formas más seguras de viajar, con solo un accidente fatal por cada 2,54 millones de vuelos (en comparación con 19 personas que mueren por día en Argentina producto de accidentes de tránsito). En decir, lo que es una actividad de alto riesgo es hoy una industria ultrasegura producto de la regulación.
La actividad sanitaria y particularmente los hospitales tienen un escenario de complejidad e incertidumbre tan problemático como el de la industria aerocomercial, sin embargo las medidas de regulación son escasas, y son insuficientes los datos que ilustran sobre la actualidad del problema pero su importancia se ha comenzado a medir de manera más sistemática en los últimos tiempos y a la luz de los resultados ha generado preocupación ya que el número de personas afectadas por los eventos adversos se estima equivale a la caída al menos de un avión por día. Si no es noticia ni genera inquietud en la población es porque ocurren de manera inconexa, geográficamente dispersa y frecuentemente oculta.
En 1999 el Instituto de Medicina de EEUU publica el ensayo “Errar es humano”, donde se exponen las consecuencias de los daños producidos por los servicios de salud y donde se dejan definiciones destacadas como:
“La atención médica no es tan segura como debería ser. Una gran cantidad de evidencia apunta a errores médicos como causa frecuente de muerte y lesiones”.
“Los eventos adversos son prevenibles y son una causa importante de muerte en EEUU. En 1997, los resultados de dos estudios exponen que entre 44,000 y 98,000 estadounidenses mueren en hospitales cada año como resultado de errores médicos.”
“En 1997 las muertes debidas a eventos adversos prevenibles superan en número a las muertes atribuibles a accidentes automovilísticos, el cáncer de mama o el SIDA.”.
A partir de esta publicación los países desarrollados han tomado a la seguridad en la atención sanitaria como un problema de salud pública y han actuado en consecuencia, cuestión que no ha sido trabajada de manera sistemática en nuestra geografía. En un estudio sobre la seguridad de los pacientes en hospitales de Latinoamérica (IBEAS 2010) en el que participaron 5 hospitales de Argentina se observó que el 10,5% de los pacientes tenían al menos un Evento Adverso (daño involuntario que ocurre producto de la atención sanitaria). Un 28% de estos eventos causaron discapacidad y otro 6% provocó la muerte del paciente. Aunque este daño suele ser considerado parte del riesgo de la asistencia, ese estudio (al igual que otros) mostró que casi el 60% eran prevenibles, por lo que es momento de plantear una política activa al menos en los hospitales, que busque reducir al mínimo los daños a los que exponemos a nuestros pacientes.
Si hacemos una proyección con la información que surge del estudio IBEAS, en base a los datos del HIGA Alende del 2014 en el que hubo 13246 egresos (altas) podríamos inferir:
1. Que a 1390 personas les provocamos Eventos Adversos.
2. De esos casos 390 individuos quedaron con algún tipo de discapacidad producto del daño.
3. Que hubo 83 personas que murieron, no por la enfermedad que motivó la internación sino por el/los daños generado/s por la asistencia que dimos.
4. Que si hubieran políticas activas de seguridad del paciente se hubieran evitado 834 eventos dañinos.
Es síntesis, en un solo hospital en un año (en base a proyección de datos de ese estudio) podemos estimar que tuvimos, producto de atención insegura: 80 muertes y que 400 personas quedaron con algún tipo de discapacidad, vale resaltar que no estamos contando los demás hospitales públicos y privados que seguramente deben aportar su cuota de daño.
Toda acción en salud sea ésta en términos activos o pasivos tiene como objetivo manifiesto un beneficio, pero es inevitable que en la búsqueda del mismo se exponga al individuo a un riesgo. Es este un axioma ineludible en el cuidado de la salud y la atención de la enfermedad, pero a la luz de la realidad debemos tomar conciencia que el riesgo es minimizable si tomamos el tema de la seguridad como un problema que requiere de políticas institucionales proactivas..
Además de las consecuencias sanitarias que provoca la atención insegura también hay un correlato económico. Hoy los recursos invertidos en servicios de salud en demasiadas oportunidades son desaprovechados por la taras propias del sistema. Por otro lado, los eventos adversos ocasionan aumento en los días de internación (con la consecuente ocupación de las escasas camas que disponemos en la región), y mayor número de procedimientos de diagnóstico y de tratamiento que suelen ser onerosos.
Por lo tanto, además de la carga de enfermedad y muerte, el daño al paciente tiene un costo financiero significativo en el sistema de salud, desviando recursos de otras áreas de beneficio potencial dentro de la atención social y sanitaria. Siendo que hasta un 60% de las consecuencias de la atención insegura son prevenibles es también una necesidad problematizar este factor desde la perspectiva económica en los servicios de salud ya que más seguridad en la atención sanitaria es más dinero para la salud
¿Responsabilidad profesional?
Corresponde analizar en dónde está el centro de responsabilidad para generar el cambio que resuelva el problema que hemos analizado. Usualmente se le endilga exclusivamente al personal sanitario la competencia por la seguridad de la atención que brinda. Es evidente que el profesional es una actor fundamental para que la asistencia sea de calidad (la seguridad es uno de los atributos de ella) al aplicar profesionalmente sus conocimientos y destrezas, pero aunque ciertamente es una pieza importante, es solo un eslabón más en la cadena de factores de la seguridad, constituida además por múltiples componentes adicionales (de cultura organizacional, comunicación, relación, interacciones interdisciplinarias, etc). La atención segura necesita de un profesional responsable y competente pero además de una cultura de trabajo que integre a la seguridad como política institucional estratégica. Dejar la seguridad solo en manos del profesional es como entregar las condiciones de riesgo de aterrizaje de un avión solo al piloto en un aeropuerto congestionado.
Tendríamos Chernobyles diarios si las plantas nucleares trabajaran con los métodos de gestión de los hospitales. ¿Siendo que los servicios de salud no tienen resultados halagüeños en términos de seguridad, no habrá que pensar en trabajar como ellos?
El daño que produce la atención sanitaria insegura genera muertes o carga de enfermedad sobre las personas, también genera secuelas económicas y financieras sobre las personas, las familias, la comunidad y sobre el mismo sistema sanitario, además de hacer perder valor social a los servicios de salud porque la comunidad les pierde confianza.
Personal sanitario seguro, pacientes seguros
Este año en el contexto de la pandemia de COVID-19, se han puesto de manifiesto las enormes dificultades a las que se enfrentan actualmente los trabajadores sanitarios en todo el mundo, incluidas las infecciones asociadas a la atención sanitaria, violencia, estigmatización, trastornos psicológicos y emocionales, enfermedad, y muerte.
Además, trabajar en entornos estresantes hace que los trabajadores de la salud sean más propensos a cometer errores que pueden perjudicar al paciente.
Por eso este año la OMS ha propuesto como tema de la jornada: “Seguridad del personal sanitario: Una prioridad para la seguridad de los pacientes” con el lema “Personal sanitario seguro, pacientes seguros”, a la vez que llama a la acción “Defendiendo la seguridad del personal sanitario” asumiendo compromisos y adoptando medidas urgentes y sostenibles para reconocer la seguridad del personal sanitario como prerrequisito para la seguridad de los pacientes.
La campaña tiene por objeto movilizar a los pacientes, el personal sanitario, los dirigentes sanitarios, las instancias normativas, las instituciones académicas, los investigadores, las redes de profesionales, el sector privado y el sector de la atención sanitaria para que defiendan la seguridad del personal sanitario a fin de mejorar la seguridad de la atención sanitaria y reducir el riesgo de perjuicios, tanto para el personal sanitario como para los pacientes.
Objetivos de la OMS para Día Mundial de la Seguridad del Paciente en 2020: Aumentar la sensibilidad mundial respecto de la importancia de la seguridad del personal sanitario y sus interconexiones con la seguridad de los pacientes. Hacer participar a las múltiples partes interesadas y adoptar estrategias multimodales para mejorar la seguridad del personal sanitario y los pacientes.
Implementar las medidas urgentes y sostenibles adoptadas por todas las partes interesadas que reconocen la seguridad del personal sanitario como una prioridad para la seguridad de los pacientes e invierten en la seguridad de dicho personal.
Reconocer debidamente la dedicación del personal sanitario y su ardua labor, especialmente en medio de la lucha actual contra la COVID-19.
Hospitales, organizaciones de alta confiabilidad
Es necesario tomar ejemplo de las actividades que son consideradas “organizaciones de alta confiabilidad” como la aeronáutica o la nuclear en las que las tareas se realizan en un ambiente donde “se vive” en la cultura de seguridad, que debe ser sembrada y cultivada por quienes gestionan las políticas públicas y las organizaciones de salud.
El desafío para mejorar la seguridad del paciente es de carácter moral y ético y el camino para el cambio es político. Debe jerarquizarse a la seguridad de los servicios de salud como eje de las políticas de salud pública y planificar las gestiones de los centros sanitarios con programas que la pongan como valor fundamental y estratégico.
“Hay que tener el valor de decir la verdad, sobre todo cuando se habla de la verdad.” Platón
(*): Médico especialista en gestión hospitalaria. Ex Director CEMA
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